Si tuvieras que crear un podio imaginario de causas de mortalidad en el que figurasen el alcohol, el agua no potable o la polución del aire, ¿Cuál de ellas lo encabezaría? Un informe de la OMS publicado en 2022 indica que la contaminación del aire que respiramos reduce en 2,2 años la esperanza de vida a escala global. Y que su impacto triplica al del consumo del alcohol o de agua no potable y es, incluso, algo mayor que el del tabaco, cuyo impacto medio es de 1,9 años en la esperanza de vida. La OMS estima que cada año se producen cuatro millones de muertes prematuras debido a este tipo de contaminación. Por algo lo llaman “el asesino silencioso”. Lo peor de todo es que, en mayor o menor medida, los problemas en la calidad del aire afectan al 99 % de la población mundial.
Reducir la contaminación aérea es una parte de la ecuación: la otra consiste en el desarrollo de tecnologías de monitorización y purificación. Los últimos trabajos del MIT se han centrado en el desarrollo de un dispositivo de bajo coste, fabricado con impresión 3D, que mida esa polución como primer paso para controlarla. ¿Lo mejor de todo? El proyecto es de código abierto y se ha puesto a disposición del público.
Quizá alguien piense que la calidad del aire es una cuestión relativa. Sin embargo, existe un índice objetivo, conocido como AQI (índice de calidad del aire por sus siglas en inglés) que establece unos parámetros objetivos. Así, la calidad del aire se mide por la proporción de partículas en suspensión de diámetro PM2,5, esto es, iguales o inferiores a 2,5 micrómetros. La escala AQI abarca de 0 a 500 PM2,5 y se considera que las mediciones superiores a 50 PM2,5 pueden afectar ya negativamente a la salud. Los datos existentes acerca de calidad del aire a escala global se obtienen por medio de satélites y datos de dominio público.
Cualquier gran ciudad cuenta hoy con sensores para medir la calidad del aire. Sin embargo, existen muchos lugares donde esta tecnología brilla por su ausencia. E incluso en las grandes ciudades las mediciones son poco fiables debido a que únicamente se llevan a cabo en un puñado de lugares. Los investigadores del MIT quieren mitigar este problema con un proyecto que han bautizado como Flatburn. Esencialmente, consiste en el desarrollo de un dispositivo que mide la calidad del aire y que se puede fabricar con una impresora 3D o con piezas fácilmente accesibles que permitan instalar cientos o miles de sensores. Además de las instrucciones para montarlo, el proyecto incluye el software y las indicaciones para interpretar los datos obtenidos.
Estos pequeños sensores de calidad del aire incluyen una batería recargable por medio de una conexión a la red eléctrica o un panel fotovoltaico, así como una tarjeta de memoria que almacena las mediciones. La idea original se concibió en el año 2017 y, por fin, en 2021 se hizo una prueba piloto en la ciudad de Nueva York a lo largo de cuatro semanas, con la instalación de cinco detectores móviles. Posteriormente, compararon los resultados con las mediciones oficiales.
Los investigadores pudieron comprobar que los dispositivos detectan una concentración de partículas levemente menor, pero cruzando los datos obtenidos con otras variables, tales como la información meteorológica, alcanzaron niveles de precisión similares a los de sensores de calidad del aire profesionales. La última fase del proyecto ha consistido en publicar todas las instrucciones fabricación y uso como información de dominio público.
En teoría, cualquier persona con ciertos conocimientos de impresión 3D puede ahora crear su propio sensor para medir con exactitud la calidad del aire de su casa o de la calle donde vive, un aspecto importante ya que la polución aérea registra grandes diferencias entre ubicaciones relativamente cercanas. Si te interesa fabricar tu propio dispositivo, consulta esta web en la que se incluyen todos los detalles.
El objetivo último de los investigadores es democratizar los datos medioambientales en el marco de lo que han bautizado como proyecto City Scanner: una iniciativa para dotar de sensores a los vehículos públicos como camiones de la basura, autobuses o ambulancias, de tal forma que ofrezcan información para comprender mejor parámetros urbanos que abarcan desde la contaminación a las islas de calor.
En situaciones de polución aérea críticas siempre se puede recurrir a una mascarilla para filtrar las partículas que respiramos. Pero ¿Qué medidas se pueden adoptar en casa? Existen dispositivos de filtrado de partículas que pueden instalarse en un domicilio, pero una de las maneras más asequibles y sostenibles de hacerlo es por medio de plantas.
Además, los científicos han logrado potenciar su capacidad para mejorar la calidad del aire por medio de la ingeniería genética, de tal forma que logren eliminar hasta el 82 % de las partículas de cloroformo y un 75 % de las partículas de benceno en plazo de unos pocos días. Los expertos detrás de esta iniciativa bautizaron a las plantas como auténticos “hígados verdes” por su capacidad para depurar toxinas. No es de extrañar que se haya explorado también el uso de musgo para combatir la polución aérea en las grandes ciudades.
Fuente: Imnovation Hub
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