Un artículo publicado en la revista Science muestra un método alternativo para reducir el dióxido de carbono atmosférico –la solución está bajo nuestros pies.
Pocas dudas caben ya acerca del calentamiento global de origen humano (o antropogénico). Incluso países como China, tradicionalmente preocupados por el desarrollo industrial a toda costa, están acometiendo gigantescas inversiones en energías renovables. Por desgracia, y aun cuando en el año 2015 las emisiones de CO2 globales descendieron por primera vez en una fase de crecimiento económico, la inercia en los sistemas productivos globales supone que el cómputo global de emisiones siga siendo insostenible. Ha habido algunas propuestas imaginativas –por no decir completamente descabelladas– para mitigar el efecto invernadero: imitar los efectos de una erupción volcánica con el lanzamiento de misiles a la atmósfera para reducir las radiaciones solares o incluso una red de espejos gigantes en órbita para desviar los rayos del astro rey cuando sea necesario. Sin embargo, la alternativa más razonable sería eliminar los gases de efecto invernadero ya existentes.
Un artículo publicado recientemente en la revista Science plantea la viabilidad de una solución que hasta ahora no se había puesto en práctica. Hablamos de la mineralización del CO2.
Un grupo de investigadores estadounidenses, islandeses y franceses han demostrado que se puede inyectar el dióxido de carbono en rocas basálticas subterráneas, acelerando las reacciones químicas que transforman los gases perniciosos en minerales carbonatos inocuos para el medio ambiente. El secreto está en diluir el CO2 en sulfuro de hidrógeno y agua: las rocas basálticas encargan del resto al reaccionar con el CO2 y formar rocas carbonatadas.
Hasta ahora, se creía que el proceso de mineralización descrito por el equipo de geoingenieros requería de cientos o miles de años para completarse. Sin embargo, Juerg Matter, autor principal del artículo, ha declarado que el proceso de mineralización se completa en menos de dos años y con una eficacia de entre el 95 y el 98 por ciento.
La prueba piloto de Carbfix –así se bautizó el proyecto– se inició en Islandia en el año 2009, con la inyección de los gases en rocas situadas a profundidades de entre cuatrocientos y ochocientos metros. El lugar elegido fue la planta geotérmica de Hellisheidi, la mayor del mundo en su clase. Esta planta era idónea porque al bombear agua hacia el subsuelo para calentarla y obtener energía geotérmica, se libera CO2 y gases sulfurosos,. Al poco tiempo de iniciar el experimento los científicos comprobaron que el dióxido de carbono se había convertido en un mineral blancuzco, de textura calcárea.
En 2012 se inició la inyección subterránea de CO2 a escala industrial, con cinco mil toneladas anuales, una pequeña proporción de las cuarenta mil que produce la planta en estos momentos. Sin embargo, este año se duplicará tal cantidad. Los técnicos han constatado que el proceso mantiene su eficacia a pesar del incremento, por lo que las perspectivas de aplicación industrial en otras partes del mundo son bastante prometedoras.
Conviene no confundir la técnica ideada por Matter y su equipo con otros sistemas de enterramiento de CO2 bajo la superficie terrestre aprovechando antiguas bolsas de gas o yacimientos petrolíferos agotados. Estas opciones tienen el problema de que se mantiene el riesgo de fugas en caso de movimientos sísmicos o filtraciones por grietas en el terreno. La mineralización, en cambio, convierte el dióxido de carbono en un material sólido y sin riesgos. Además, se estima que el coste por tonelada de CO2 neutralizado es menos de la mitad que el de otros sistemas de captura y almacenamiento.
Este video resume en qué consiste este proceso
Fuentes: Phys.org, Europa Press, Reykjavík Energy
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